Por El Televidente
Camuflado segun las técnicas del ninjutsu más ortodoxo me convertí en testigo de excepción para la poetiquería nazquienta de la fecha señalada líneas arriba. Lo que presencié esa noche quedará grabado en mi psique como el candente hierro infligido sobre la piel de una mujer que osó guardar silencio. Vito Vientre llegó con sus ademanes de senilidad hebefrénica y ¡por los lupanares de Lilliput! acompañadito de un ser humano que podria ser su ¿padre? ¿hermanito mayor? ¿tío? ¿tutor? ¿guardaespaldas?, el asunto fue que el señor hacía recordar, curiosamente, a un extra de peli bélica ochentera o también a un muñeco _ a tamaño natural _ de militar cuarteado. Lo extraño del caso es que con tan imponentes características _ para los estándares del Nazca, claro está _ mantuviera una tolerancia escalofriante hacia su joven compañero. Lejos de propinarle lapos en la nuca, manazos en los cachetes o puntapies en los riñones _ con el oportuno concurso de uno que otro correazo liberador _ amén de sacarlo a rastras de ese lugar (por Crom, hubiera sido impagable ver a ese hombre jalar las ancas del Vitus, al tiempo que este, sujetándose con ayuda de su bastón a la pata de alguna silla, exclamara entre desgarradoras muecas: “¡jamás-adusto-padre-óyelo-bien-jamás-podrás-evitar-el-romance-que-yo-carne-de-tu-sangre-y-sangre-de-tu-carne-he-iniciado-con-la-poesía-jamás-JAMÁS!!”), lejos de aplicarle toda serie de correctivos, decía, el hidalgo parecía impaciente por ver al Vientre descender peldaños en la escala evolutiva.
La sesión arrancó con el mismo demonio boa, ahora partícipe del trío de jodepalabras. Habló cojudeces (como suele ser su costumbre) para luego anunciar que recitaría un poco poquito y poquitín del aborto verbal que soltó el viernes anterior en la plazuela recreativa de Forever Spring City. El mozo todavía se permitió explicar su cantinela, antes de impostar la voz al estilo declamador de Nueva Acrópolis. Su mensaje funeralicio fue ciertamente letal para quien procura no experimentar nuevos niveles de vergüenza ajena, la obsesión con las palabritas ezpañolaz (queréis, buscad, fingid, entendéis, escuchadme, vuestro y la puta que nos parió) de puro bostezo (es ciertamente lamentable dárselas de bardo de tiempos antiguos cuando se recitan huevaditas underchamánicas newagenianas), finalizandu su participación con aplausos de nivel 4 (esos cuyo sonido denotan un "ya, ya, pasa pasa nomás y recuerda: cuando tengas ganas de hablar, llévate la mano a la boca").
Pepitus Ramiro y Cristóbal A toda Costa (buenas noches caballeros, como están, no puedo decir que haiga sido un honor, pero...), los negros que siguieron, intentaron tapar su mongolismo rosa merced a imágenes itinerantes de lúdica nostalgia (leedme, culos, ya escribo al más puro estilo nazcanista, ¡WOW!!), las cuales, desde luego, dijeron mucho_ y mal _ sobre las capacidades poéticas de sus autores.
Carajo, me estoy ablandando en mis descripciones. Debe ser a causa de Gonzalo, el chow chow chihuahua con mirada de viringo que me regalaron hace poco y que suele servir de almohadita pa mis mortíferos pies.
Como la cosa iba adquiriendo el atractivo de un documental sobre las distintas clases de tierra para cubrir un macetero, el moderador de la velada hizo una vez más gala de su desesperada espontaneidad e invitó a uno de nuestros mejores declamadores a pasar al frente y deleitarnos con una pieza de su repertorio.
Un hombre de avanzada edá se levantó de su silla, caminó cerca al umbral que dirige al baño y ahí, frente a todos, transmutó su inicial tranquilidad en un festín de gestos e inflexiones vocales sacaditas de concurso de recitación de colegio nacional y/o particular (¿se han ganado con alguno? son la muerrrrrrrrrtetetete, como diría el gran Miguelito Barraza).
No diré mas sobre el don. Pucta mare con mi súbita buena onda. Sin lugar a dudas es culpa de Gonzalo, y sus lamiditas a mi dedito gordo mientras escribo esta crónica.
Luego, lo que capturó mi atención. Vito Vientre se paró y exigió su turno. No, no; no fueron precisamente él y sus tics achacosos junto a su berrido monocojónico los causantes de mi sorpresa. Apenas salió y explicó las motivaciones de su inminente poema (ciertos cienciaficcionosos episodios televisivos de sabrá Mitra qué programa de cable), uno de los espectadores de la primera fila _ peludo, con cara de mandril adolescente y vestido como leñador desempleado _ empezó a descuajeringarse de risa sin pudor alguno. Pude ver como sus compañeros trataban de aplacar sus carcajadas mediante miradas inquisitivas al tiempo que evidenciaban la suma incomodidad que les suscitaba el cachondeo de su amigo. Pero el buey seguía ahí, regodeándose explícitamente en las estupideces de The Vientre; diríase que el tipo hubiera estado adormilando o sencillamente jato durante los minutos previos al momento del chiquiviejo, momento en el que abrió los ojos, frotó sus manos y dirigió toda su atención y júbilo hacia el juglar del Armagedón de la misma forma en que un niño en el circo celebra la triunfal entrada del payaso estrella.
Entonces, faltaría más, el ¿padre? ¿hermanito mayor? ¿tío? ¿tutor? ¿guardaespaldas? del Vitucho espetó un furibundo:
"¡Oye, cállate pues o sino lárgate de aquí!"
"¡Lo siento, no puedo evitarlo!" respondió el alegre mandril de ropas sudorosas.
Estaba convencido de que una bronca al más puro estilo cantina de peli del far west se llevaría a cabo en el acto. Pero nada, carajo, ¡NADA!!!!. Comprendí que había desenvainado mi espada por las puras cuando el Barriga terminó sus versos con cierta carita de haberse palteado, para luego ir a su asiento y hasta intercambiar unas amables palabras con el entusiasta fan sobre temas ajenos al quehacer poético (me parece que hablaron sobre comics, toda vez que el mandril llevaba en sus manos una historieta cuya portada no conseguí distinguir bien), breve diálogo que el jacarandoso se dignó a entablar aún siendo víctima de risitas (o risas) que asaltaban su festiva jeta.
Y así terminó la cosa. Todos se quitaron mientras el alegre mono leñador se detuvo en un rincón para dar rienda suelta a cinco minutos de silente risa (los contabilizé, joder).
Investigaré al mandril. Creo haberle visto en anteriores eventos nazcosos.
Como ya es costumbre, anuncio a los agraviados que soy un puto Señor de la Guerra Oniwabanchu. Niños y niñas, vayan si gustan a lo que alguna vez fue la academia Funakoshi y pregunten por Lázaro Nemesio a fin de recibir detallada información sobre el espantoso error que supondría tomar revancha física hacia este escriba o los demás colegas del áureo blog que están visitando.
¿Noto repentina mansedumbre en ustedes, mandingas?
Muy bien, muy bien.
Es lo correcto.
Camuflado segun las técnicas del ninjutsu más ortodoxo me convertí en testigo de excepción para la poetiquería nazquienta de la fecha señalada líneas arriba. Lo que presencié esa noche quedará grabado en mi psique como el candente hierro infligido sobre la piel de una mujer que osó guardar silencio. Vito Vientre llegó con sus ademanes de senilidad hebefrénica y ¡por los lupanares de Lilliput! acompañadito de un ser humano que podria ser su ¿padre? ¿hermanito mayor? ¿tío? ¿tutor? ¿guardaespaldas?, el asunto fue que el señor hacía recordar, curiosamente, a un extra de peli bélica ochentera o también a un muñeco _ a tamaño natural _ de militar cuarteado. Lo extraño del caso es que con tan imponentes características _ para los estándares del Nazca, claro está _ mantuviera una tolerancia escalofriante hacia su joven compañero. Lejos de propinarle lapos en la nuca, manazos en los cachetes o puntapies en los riñones _ con el oportuno concurso de uno que otro correazo liberador _ amén de sacarlo a rastras de ese lugar (por Crom, hubiera sido impagable ver a ese hombre jalar las ancas del Vitus, al tiempo que este, sujetándose con ayuda de su bastón a la pata de alguna silla, exclamara entre desgarradoras muecas: “¡jamás-adusto-padre-óyelo-bien-jamás-podrás-evitar-el-romance-que-yo-carne-de-tu-sangre-y-sangre-de-tu-carne-he-iniciado-con-la-poesía-jamás-JAMÁS!!”), lejos de aplicarle toda serie de correctivos, decía, el hidalgo parecía impaciente por ver al Vientre descender peldaños en la escala evolutiva.
La sesión arrancó con el mismo demonio boa, ahora partícipe del trío de jodepalabras. Habló cojudeces (como suele ser su costumbre) para luego anunciar que recitaría un poco poquito y poquitín del aborto verbal que soltó el viernes anterior en la plazuela recreativa de Forever Spring City. El mozo todavía se permitió explicar su cantinela, antes de impostar la voz al estilo declamador de Nueva Acrópolis. Su mensaje funeralicio fue ciertamente letal para quien procura no experimentar nuevos niveles de vergüenza ajena, la obsesión con las palabritas ezpañolaz (queréis, buscad, fingid, entendéis, escuchadme, vuestro y la puta que nos parió) de puro bostezo (es ciertamente lamentable dárselas de bardo de tiempos antiguos cuando se recitan huevaditas underchamánicas newagenianas), finalizandu su participación con aplausos de nivel 4 (esos cuyo sonido denotan un "ya, ya, pasa pasa nomás y recuerda: cuando tengas ganas de hablar, llévate la mano a la boca").
Pepitus Ramiro y Cristóbal A toda Costa (buenas noches caballeros, como están, no puedo decir que haiga sido un honor, pero...), los negros que siguieron, intentaron tapar su mongolismo rosa merced a imágenes itinerantes de lúdica nostalgia (leedme, culos, ya escribo al más puro estilo nazcanista, ¡WOW!!), las cuales, desde luego, dijeron mucho_ y mal _ sobre las capacidades poéticas de sus autores.
Carajo, me estoy ablandando en mis descripciones. Debe ser a causa de Gonzalo, el chow chow chihuahua con mirada de viringo que me regalaron hace poco y que suele servir de almohadita pa mis mortíferos pies.
Como la cosa iba adquiriendo el atractivo de un documental sobre las distintas clases de tierra para cubrir un macetero, el moderador de la velada hizo una vez más gala de su desesperada espontaneidad e invitó a uno de nuestros mejores declamadores a pasar al frente y deleitarnos con una pieza de su repertorio.
Un hombre de avanzada edá se levantó de su silla, caminó cerca al umbral que dirige al baño y ahí, frente a todos, transmutó su inicial tranquilidad en un festín de gestos e inflexiones vocales sacaditas de concurso de recitación de colegio nacional y/o particular (¿se han ganado con alguno? son la muerrrrrrrrrtetetete, como diría el gran Miguelito Barraza).
No diré mas sobre el don. Pucta mare con mi súbita buena onda. Sin lugar a dudas es culpa de Gonzalo, y sus lamiditas a mi dedito gordo mientras escribo esta crónica.
Luego, lo que capturó mi atención. Vito Vientre se paró y exigió su turno. No, no; no fueron precisamente él y sus tics achacosos junto a su berrido monocojónico los causantes de mi sorpresa. Apenas salió y explicó las motivaciones de su inminente poema (ciertos cienciaficcionosos episodios televisivos de sabrá Mitra qué programa de cable), uno de los espectadores de la primera fila _ peludo, con cara de mandril adolescente y vestido como leñador desempleado _ empezó a descuajeringarse de risa sin pudor alguno. Pude ver como sus compañeros trataban de aplacar sus carcajadas mediante miradas inquisitivas al tiempo que evidenciaban la suma incomodidad que les suscitaba el cachondeo de su amigo. Pero el buey seguía ahí, regodeándose explícitamente en las estupideces de The Vientre; diríase que el tipo hubiera estado adormilando o sencillamente jato durante los minutos previos al momento del chiquiviejo, momento en el que abrió los ojos, frotó sus manos y dirigió toda su atención y júbilo hacia el juglar del Armagedón de la misma forma en que un niño en el circo celebra la triunfal entrada del payaso estrella.
Entonces, faltaría más, el ¿padre? ¿hermanito mayor? ¿tío? ¿tutor? ¿guardaespaldas? del Vitucho espetó un furibundo:
"¡Oye, cállate pues o sino lárgate de aquí!"
"¡Lo siento, no puedo evitarlo!" respondió el alegre mandril de ropas sudorosas.
Estaba convencido de que una bronca al más puro estilo cantina de peli del far west se llevaría a cabo en el acto. Pero nada, carajo, ¡NADA!!!!. Comprendí que había desenvainado mi espada por las puras cuando el Barriga terminó sus versos con cierta carita de haberse palteado, para luego ir a su asiento y hasta intercambiar unas amables palabras con el entusiasta fan sobre temas ajenos al quehacer poético (me parece que hablaron sobre comics, toda vez que el mandril llevaba en sus manos una historieta cuya portada no conseguí distinguir bien), breve diálogo que el jacarandoso se dignó a entablar aún siendo víctima de risitas (o risas) que asaltaban su festiva jeta.
Y así terminó la cosa. Todos se quitaron mientras el alegre mono leñador se detuvo en un rincón para dar rienda suelta a cinco minutos de silente risa (los contabilizé, joder).
Investigaré al mandril. Creo haberle visto en anteriores eventos nazcosos.
Como ya es costumbre, anuncio a los agraviados que soy un puto Señor de la Guerra Oniwabanchu. Niños y niñas, vayan si gustan a lo que alguna vez fue la academia Funakoshi y pregunten por Lázaro Nemesio a fin de recibir detallada información sobre el espantoso error que supondría tomar revancha física hacia este escriba o los demás colegas del áureo blog que están visitando.
¿Noto repentina mansedumbre en ustedes, mandingas?
Muy bien, muy bien.
Es lo correcto.
Oye, Lázaro, ¿podemos cruzar a tu Gonzalito lame pies con mi Kaninita Lenguanegra? Yo también la adopté en la Campaña "adopte un chasqueto por lo que más quiera" promovida en este ario y regio espacio. El problema es que aún no puedo despulgarla ni quitarle la manía de perseguir paralíticos.
ResponderEliminarno te metas con nadie pinche culeao, cesitare castillo tiene en su haber un asesinato. se tiró a un negro chinchano metiéndole una botella de pisco por el culo, salió absuelto con la ayuda de la prensa y el ministro de defensa. encontraron el cadáver en una playa de paiján. pobre negro carajo, las que vio por joder a karina. de ahí su obsesión con los culos, pinche culeao. no jodan porque después van a salir llorando, culeaos.
ResponderEliminarQue lindo sale mi Cesitar en esa foto disfrazado de conejito. fue en la fiesta de mi sobrinita (la que está en su regazo). La pasamos lindo hasta se ofreció a hacer dormir a mi sobrinita y se encerró en su cuarto hasta la medianoche...es que no se dormiía la pobre.
ResponderEliminarPongo las manos al fuego por Cesitar!!!
Giuli
estas lineas estan dedicadas a ustedes;
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Slds.
jajaja, yo conozco a ese tal César. Era el hijo bastardo del profe de pintura, jajaja. Le parábamos metiendo la cabeza al water y más vez se lo culearon. Cuando lo vean pregúntenle por Edgar Alva y la mantequilla de cacao, jajaja, verán que gratos recuerdos le trae.
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ResponderEliminarLa monstrua menstruadora de K. Conchanegra es un ser paranormal, intenten arios rosquetes verla con los ojos entreabiertos y lograrán ver la cara del cholo que se culeó a sus viejos e hizo que los traumaran con tanta mierda nazi. Adiós cagadas!
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