Cualquier realidad con la coincidencia es puro parecido

NOS ENCANTA QUE NOS DESPRECIEN

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NOS ENCANTA QUE NOS DESPRECIEN

Cualquier realidad con la coincidencia es puro parecido




miércoles, 31 de marzo de 2010

La malcriada de la semana: Alicia en el País de las Pornomaravillas




En su show con Matthew Barney
En la fiesta familiar del 31 de octubre (coincide con Halloween)

sábado, 27 de marzo de 2010

Carta de un escritor

Estimados editores de zOrren:



Siempre tuve afición por el solitario oficio de escribir, desde que tengo memoria he llenado cuadernos enteros con historias que me hacían viajar a lugares inexplorados y me hacían olvidar el aislamiento del que regularmente son víctimas los escritores.

Los años pasaron y después de muchos intentos por publicar, vanos todos, me encuentro con sus publicaciones.


Estoy más que felíz al constatar que ninguna de las cosas que me reclamaban las otras editoriales (talento literario o amor propio) son impedimentos en la suya. Es más, leer a sus colaboradores me ha hecho sentir algo inédito: por fin puedo sentir que escribo mejor que alguien.

Debo agradecerles esta increíble experiencia y pedir consideren mis textos para futuras ediciones que sé no tendrán problemas en publicar.



Con cariño.

OREMos con este cuento

Hoy me levanté, me rasqué las bolas, comí algo, fumé marihuana, comí algo, me quité al trabajo, a estudiar o a ambas cosas, ya ni me acuerdo, leí a Vallejo y a Bolaño, volví a fumar marihuana, pensé en (algunas pocas zonas del cuerpo de) una chica, comí algo, salí del trabajo, de la universidad o de ambas cosas, ya ni me acuerdo, fumé otra vez, comí algo, escribí algo sobre esa chica (o sea esto), di una última fumada y me puse a tipear esta huevada de relato.


OREMos con estos versos

Hoy me levanté


me rasqué las bolas


y escribí esta huevada


de poema

Miércoles 17 de febrero de 2010

Por El Televidente


Como el mojón que soltaba el caballo al dar tristes vueltas alrededor de la plaza, El Nazca es pequeño, blando, hediondo y pródigo en microscópicos seres entusiasmados con la mierda. Con su fachada de garaje meaperros y sus putinteriores de autoctonismo ye ye, su sóla presencia justificaría un bombardeo aéreo a Forever Spring City por parte de alguna nación hiperindustrializada, sádicamente dirigida por un megalómano que se pasó meses enteros leyendo Robur El Conquistador y El Amo del Mundo.

Estaba por hacerme una paja brutal mientras veía extasiado a la preciosa Mary Ingalls por la tele, cuando el teléfono sonó. “Hoy en el Nazca, a eso de las siete y media u ocho p.m.”, dijeron los tenientes. Puta madre. ¡¿Es que ese agujero sigue funcionando?! ¿A qué nueva barraca han trasladado sus dueños el pastrulismo artistoide?

“Dirígete a lo que fue el cine Verano y sigue el olor a ganja pasada…” me contestó Mr. Jueves.

Fuí, seguí, llegué y me arrepentí de no haber llevado una máscara de gas y algún aparatejo para escuchar música de El Capitán Memo. Casi me desplomo ahogado con mi propio vómito. A mi izquierda había gentuza, a la derecha babosos, de frente imbéciles y a mis espaldas fumones con ínfulas artísticas. Me cago. ¡Me cago!! (¡papel!! ¡papel!!).

Bueno, al grano que la vida es corta y mis ganas de olvidar lo estúpido imperioso.

Empezó el recital poético (léase exteriorización de un amor propio absolutamente nulo) un tal Avelino Bazar, prospecto de parafílico el cual no podía decidir si estaba nervioso o arrecho. El mozo parecía sacado de un hospicio para lobotomizados y sus versos, carentes de gracia, fuerza, interés o mala leche, rebosaban si de ciclópea oligofrenia. Me extraña que no haya babeado al declamar sus escritos. Aunque también es cierto que existen pastillas para frenar eso.

Le siguió Rubiño El Aguilucho. Menos malo que su predecesor (osea, simplemente mediocre), pasó como una flatulencia que no deja olor.

Pacífico Estuardo Ezquerra se me cayó por completo al verle sentado en ese altar a la cojudez. Mientras arrastraba las palabrejas de sus lamentables poemas, no pude sino recordar los pasajes más intensos de aquel sugestivo cuento que escribió hace años _ notablemente ambientado en un legendario reino preincaico _ con una mezcla de admiración, nostalgia y suma decepción.

La cosa hasta el momento tenía la profundidad de un keke quemado, la originalidad de un chiste viejo y el interés de ver derretirse un cubito de hielo. ¡Pero aguanta!! ¡faltaba más!!

Vito Vientre, fronterizo chaplinesco de rasgos fetales, aportó lo suyo en humillar a nuestra sufrida especie, efectuando un ritual plagado de sonidos guturales y actitudes de animador infantil con principios de Alzheimer. Con su insufrible voz de muñeco a pilas bamba y aquel palo rasca huevos, tuvo al menos el dudoso honor de hacer cagar de risa a dos tipos e incluso de provocar sonrisitas tímidas en el moderador (en el fondo deseos de descojone bestial, apuesto).

El Vientre fue el que más me decepcionó, confesaré. Me informaron que ver su show era lo mejor de la noche, una hilarante experiencia de vergüenza ajena pura y dura; pero terminó incitándome a golpearle los dientes con palos de golf sin ningún remordimiento.

Lo que sí me divirtió un poco fue ver a un puñado de músicos extranjeros (léase unos vagabundos argentinos) hacer propaganda de la función que realizarían en el local de la competencia; proclama que hicieron después de negarse a tocar algo para los nazqueros. Brutal, por Dios. Me hizo recordar aquellas veces en el cole, cuando algún compañero levantaba la mano y el profesor, entusiasmado por una inminente intervención, debía conformarse con una petición para ir al baño.

Y rematando la monotonía (ingenuos, creían que ya habíamos llegado al sótano del sopor ¿eh?), el gordo Rosado llevó a cabo una performance dizque poético-musicaloide, cuya espectacular idiotez quiero atribuir a una indisposición de su autor originada por el atiborramiento de supositorios vencidos. Por cierto, muchas veces pienso que el pobre Abraham Mendoza debió tener un karma bien cagao como para que su obra y nombre fueran pasados por la entrepierna en cuanta muestra escénica se diera hoy en día. Rosadín citaba al santiagochuquino cada vez que su verborrea de primarioso bipolar se lo permitía. Quizá el mozo hubiera salvado en algo la velada de haber dado término a su número con un eso es to…eso es to…eso es todo amigos! pero ni eso, caray.

Y fin. Me largué de ahí, fui a mi casa, quemé mi ropa y me bañé 77 veces.



Advierto a los potenciales ofendidos que el autor de este artículo es líder-fundador de un grupo terrorista anarco-zen, además de eximio cultor del sagrado arte marcial del chi kung, cuyas mortíferas destrezas adjunto en las pics de la presente actualización.















¿Más apaciguados ahora?

Así me gusta negros, así me gusta.

Sumisión y respeto.

Sumisión y respeto.



Ahora, a ver La Familia Ingalls…

jueves, 25 de marzo de 2010

El poema Nazca de la Semana I

En el silencio ensordecedor de tu mirada

Archipiélagos de venas danzan una cumbia de

Arrobado frenesí.

Una vez más correlaciono esquinas olvidadas,

Me humedezco en el frescor del olvido hiriente

Y sobrepaso días en mi cicatrizado mapa

Buscando un poco de calor anal entre tus ojos.

Perra de mierda, virgen leprosa y tierna,

(es ke yo tanbien manejo mi calle, pe varón!)

A tu altar formado por cinco catres,

Consagro esta ofrenda de cien prepucios,

Delicadamente cortados con la gillette prestobarba multiusos de mi madre,

Tan abnegada y puta como tú (¡chukchatumare!!).


Vaginales fluidos de excrementicio fulgor

Arrechan mi psique carcomida por los vástagos fatuos

De legiones de sátiros que se aparearon con las últimas meretrices de la soledad.

¡QUÉ ME MIRAS CARAJO!!

¡No es culpa mía haber nacido con el pene de mi vieja!

Ahí que me ves, guardo los océanos de infinitos mundos

Apenas contenidos en mi glande violáceo y febril.


Es tu recto cornucopia de reliquias descompuestas

Más siempre sugerentes como tus pezones perforados

Con imperdibles en donde el óxido ya hizo mella

Así como en tu concha de dientes afilados.

Que tu lengua sinuosa avance

Hacia mi enhiesto falo vencedor de mil disPUTAS,

Quiero que succiones hasta la última gota

Del viscoso tributo que sabré ofrecer
.



miércoles, 24 de marzo de 2010

Miércoles 10 de febrero de 2010

Por Alphonse Moreau. Médico cirujano.



Disfruto de los placeres simples de la vida, he de admitir. Estar sentado en la mesa de un mugroso cafetín céntrico, tomando una gaseosa hirviendo y escuchar como dos canallas putean _ en medio de risas que procuran pasar silentes _ a los artistas de Forever Spring City.

El Señor Blanco y El Señor Rubio parecen enfrascados en un involuntario duelo por la mueca más desaforada. El rictus de Blanco al desatar su hilaridad es ciertamente digno de una exposición fotográfica. Con los ojos cerrados y aferrándose a los bordes de la mesa, sus labios y dientes, de lejanas reminiscencias equinas, se dilatan o exponen con furor casi psicópata. Si existiera una máquina que trasladara las carcajadas a una página impresa, apostaría que la transcripción de la risa del buen white diría algo como: “(¡jajajajajajajajajaja!!!!) ¡Eres un hijo de putaaaaa!! (¡jajajajajajajajajajaja!!!!) ¡Cómo dices eso de aquel pobre diablo! (¡jajajajajajajajajaja!!!!)”.

Rubio, por el contrario, cruza los brazos y una que otra vez se anima a levantar su diestra a modo de inservible censor de su rostro festivo. Tales ademanes, desde luego, le otorgan mayor comicidad a su risotada, a duras penas contenidas en una expresión entre estreñida y agónicamente feliz.

Su carcajada, por cierto, parece enunciar un: “a que veas, huevas, a que veas… ¡qué Ciudad de los Reyes ni que cojudeces! ¡Spring City es el Everest del mongolismo artístico!”

Yo, por mi parte, exhibo los molares con cierta timidez neófita, al no estar lo suficiente curtido en la asistencia a babosadas varias.

“¡Lo tengo, negros de mierda, lo tengo!” exclama El Blanco “¡¿qué hora es?! ¡¿qué hora es?!” pregunta inquieto.

“Casi las siete” responde blondie.

“¡Jajajajajaja!! ¡bien! ¡bien!¡pucta más que bien!!”

“¿Por qué?” interrogo extrañado.

“Hoy es miércoles…¡miércoles de poesía en el Nazca!” profiere entonces Blanco, llevándose las manos al estómago, como si temiera que la risa pudiera desparramar sus intestinos.

¡Nazca! Legendarias siglas de Neuróticos y Aburridos Zorrillos Coleccionistas de
Alucinógenos _ obviando por un instante su significado original _ ; cinco letras que nos abrieron un cúmulo de posibilidades en esa tarde próxima a caer. ¡Nazca, Nazca! Aún resuenan en mi cabeza los entusiasmados versos del profesor Eco (ventrílocuo, decano de educación y aspirante a gacetillero):

Es casi cuando mi cerebro se atasca

Y pierdo hasta la sensibilidad de los pies

En que recuerdo que estoy en el Nazca

Comprobando que de la noche van a ser las diez.

No temo a ningún monstruo, tampoco a la noche (vivir con mi mujer me ha extirpado ese roche)

Más guardo ahora recelo de aquel destartalado lugar

En donde de la idiotez se hace derroche,

Fútil agujero indigno incluso para ir a cagar.


Una bofetada en segundo grado a cargo del Señor Rubio me devolvió a nuestro nazcoso aquí y ahora. Emocionados como groupies en celo, enrumbamos hacia el antro entonando el épico heigh-ho con un ligero toque wagneril.

A mitad del camino abandonamos nuestro cántico, sintiéndonos más bien espías de Chesterton, no obstante nuestros heterodoxos semblantes (risas incontroladas) y atavíos situados en las antípodas del canon post victoriano. El Señor Blanco, hidalgo de tísicas formas y carcajada contagiosa, prometía mostrarnos la idiotez que acabaría con todas las idioteces. Pensé entonces en la primera contienda mundial y por poco sonreí educadamente. Nunca faltarán subtes disponidos a romper los records de sus antecesores, concluí.

Llegamos y mi decepción fue mayúscula. Por innato reflejo asociado a la autoestima, miré hacia otras direcciones esperando ver una casa imponente, acondicionada según las maneras de un templo gótico o al menos como el castillo del mad doctor de una cinta de la Hammer en sus últimos años. Pero nada, por Tutatis, nada. El nuevo Nazca era la viva imagen del estereotipo prostibulario, la encarnación de un chupódromo caduco; el sueño de todo arquitecto con la dignidad por el zócalo.

Esto se ponía cada vez más mejor como diría El Chavo del 8.

“Aquí vivía una familia, amiga de mis abuelos, ¿saben?” dijo El Blanco.

“Carajo, ¿y por qué no vemos a sus espectros o zombis darles vuelta a todos estos dañados?” preguntó Rubio contemplando a los concurrentes.

“No se. Quizá siguen vivos. ¡Oh fácil se quedaron tiesos al volver por acá y ver en lo que había terminado su jato!” contestó Don Níveo entre espasmódicas risas.

“Bueno, al graneado grano granuloso y graneadito” agregó Rubius “¿dónde están los poetas vestidos con sólo un pañal o los pintarrajeados a lo Joker de Heath Ledger? Quiero ver a los magos musulmanes y a los brujitos moches…”

“No se si veamos eso…aunque fácil. Estemos atentos y oremos, kmarradas…” contestó.

Avanzamos y el calor, aunado a los humores que la casucha expedía, nos hizo preferir marcar mayor distancia de la prevista. En la sala _ por llamarla de alguna manera _ donde habrían de darse las declamaciones, la temperatura prácticamente había alcanzado las proporciones de una sauna. Ni un mísero ventilador, ni un abanico hecho con papel bulky, ni un cuaderno u hojas sueltas fungiendo de quitabochorno.

Carajo con los artistas y su estoicismo

Optamos por quedarnos de pie, en el umbral de la estancia. Entonces la sesión dio inicio. El tema a tratar sería el amogggggggg y sus cuitas, como allanando el camino para la inminente sanvalentinada de la siguiente semana.

Súbitamente entró.

Era joven y larguirucho, considerablemente jorobado a fuerza de mucha práctica; portaba un sombrerito que intentaba ser chaplinesco y un bastón que en manos de un anciano conocería mayor prestancia. Caminó con la izquierda apoyada en el coxis, en la cual sujetaba un folder de manila. Digo “caminó” por emplear un verbo referencial, pues lo que hizo el mozo fue más bien emular precariamente el andar del venerable Yoda.

Pucta, ¿y eso?” preguntó El Señor Blanco en voz baja “¿qué dibujo animado es?”

Contuve la risa, mientras El Rubio miraba al recién llegado con una expresión de sorpresa y mórbida fascinación. El despelote vino cuando escuchamos su voz. Una dicción sacadita de los inmortales doblajes al español latinoamericano de los antiguos cartoons de la Warner.

“Permiso que ese es mi asiento” dijo el chiquiviejo.

Blanco no pudo más. Cubriéndose la boca, avanzó raudo hacia los servicios higiénicos, asumo que para descojonarse a sus anchas, aunque sea en silencio...

Al término de un misio documental casero sobre la problemática cultural de la ciudá (audiovisual que más parecía una celebración del dilema en vez de un severo cuestionamiento al mismo), el moderador _ y también poeta según me informaron _ presentó a los tres bardos del corazón mediante adjetivos y términos que particularmente, de haberlos recibido, me habrían convertido en goreado homicida. El primer niño tomó la palabra y contó sus coquetos inicios con la poesía a través de anécdotas de colegial y vergüenza ajena in crescendo. El Señor Blanco _ en ese instante de nuevo junto a nosotros y dando muestras de una completa ineptitud para controlar su risa _ no tuvo otro remedio que apretar los labios y taparse la jeta con los dedos afín de ver ocasionalmente el show mediante las aberturas que su improvisada máscara le facilitaban.

Terminada la introducción del inicial poeta, sus versos tomaron lugar. Mierda pura y sin destilar, y ni siquiera involuntariamente cómica. El joven necesitaba repasar un diccionario de sinónimos y antónimos con urgencia, amén de memorizarse algunas odas de Eguren, Luis Hernández, Chocano o Heraud. El segundo vate me hizo susurrarle a Rubio: “presiento que este tío me va a inspirar una compasión infinita…”. Dicho y hecho. Se trataba de un hombre de edad madura (cuarenta o cincuentaitantos años aproximadamente) con sueños de alcanzar el reconocimiento de las musas. Según me dijo el miserable Blanco, este varón fue el que le dio más ganas de explotar a carcajadas. Yo, por respeto a mis mayores (¡¿?!) me abstendré de opinar.

El tercer participante fue marketeado casi como reencarnación de Bécquer, lo cual, si no es evidencia inequívoca de la ingesta desenfrenada de psicotrópicos bien lo podría ser de un peculiar caso de homenaje a los inmortales en su variedad chusca. Amogues togtuosos, referencias a costumbres practicadas por los grandes amantes malditos, la retahíla de cojudeces manifestadas por el caballero en sus poemitas me hicieron percatarme, con varios segundos de antelación, de un impostado quiebre vocal. Y mierda, soy un Aureliano Buendía, pues este individuo empezó a fingir un llanto hacia la amada ausente, el cual me hizo exclamar en mi fuero interno: “¡Córtala huevón! ¡Por lo que más quieras, córtala ya!! ¡Acaba con este clímax de telenovela tercermundista!! ¡Pídele perdón a los espíritus del amor!! ¡Redímete con ellos!! ¡Y termina gritando: Jennifer Connelly, tuyos son los dolores de mi cuerpo!!”

Pero nada. El mozo concluyó la sandez y posteriormente _ como suele ser costumbre, me enteré _ invitaron al público a proferir algún verso que acompañe lo exponido.

Un chico pidió la palabra y expectoró algo que quería ser una letanía de coplas bactereoteológicas, según pude percibir. Otra aburrida cagada, para variar.

En eso, el presentador anunció lo que ya era costumbre, el broche de oro a tan magnífico recital, ¡Vito Vientre , el juglar del Armagedón!

Apenas lo podíamos creer. El dibujo animado de sombrero pseudocharlotiano y andar senil se puso de pie y blandiendo su bastón aseguró que estábamos a punto de oír uno de los mejores poemas que había escrito últimamente. Todo en medio de ademanes infrahumanos y risibles que, faltaría más, acompañaron su monólogo.

Nuevamente miré hacia otros lados. Inquieto y aún portador de una ingenuidad que hace mucho debí desechar, esperaba que alguien se aproximara a retirar al tipo con los mismos procedimientos reservados a los epilépticos o esquizofrénicos. Más el juglar del Armagedón, lejos de suscitar la irrupción de algún agente de seguridad, fue animado a lanzar su oda.

Fue glorioso. Sin proponérselo, aquel espécimen me alegró la noche como nunca podrá imaginar. Su poesía, intrascendente en el mejor de los casos, era sublimada por un desenvolvimiento escénico que ya desearía ver en muchos cómicos ambulantes.

Obviamente el chiquillo era inconsciente de su jocosidad (¿o quizá no?), la cuestión fue que verle remedando a un abuelito con ínfulas vallejianas, se convirtió para nosotros _ hasta nuevo aviso _ en El Santo Grial de las veladas artísticas de Forever Spring City.

Hasta podría jurar que pude detectar a unos cuantos asistentes que _ de forma más o menos disimulada _ compartían mis impresiones. Episodios anecdóticos, a fin de cuentas. Al salir de ahí, las enloquecidas risas de los señores Blanco y Rubio ¡y las mías, claro está! fueron suficientes para augurar nuevas visitas al Nazca.

Ahora, el enigma a resolver era: ¿quién es Vito Vientre?

Pasaríamos momentos apoteósicos tratando de descifrar tal cuestión.

Más novedades, en una próxima actualización.

Con su permiso.

¡Próximamente!

¡El Televidente!

(¡me salió el verso sin mucho esfuerzo!)

Prólogo. Miércoles 30 de diciembre de 2009

Por La Dama de Caos



Ingresamos y un hedor asaltó nuestros rostros. Instintivamente, yo, mi hermano, Paulo y Jaime, intentamos repeler aquel aire infame a través de movimientos distintos. Mientras una mano cubría de manera automática la mitad de mi cara, Jaime cerraba los ojos y hacía un gesto que denotaba una supresión de la respiración. Mi compañero de útero escupió de forma velada y Paulo _ en un acto por demás curioso, el cual me hizo pensar en la actitud para ahuyentar aromas inmundos vista innumerables veces al abuelo _ llevó un sorpresivo pañuelo con el logo de Alianza Para El Progreso hacia su nariz y boca.

Pero era tarde. Aquel vendaval ya había trepado por nuestras fosas nasales, generándonos una aversión hacia ese recinto, aversión que procuramos desterrar horas antes, empapándonos de optimismo y expectativas generosas. Bueno, miento. Éramos conscientes que íbamos hacia un espectáculo de ínfima calidad, pero incluso la mediocridad obedece a rangos. Y la jerarquía de lo que vimos esa noche ostentaba insignias muy altas.

No estábamos en medio de una letrina (hay meaderos con mayor prestancia, en serio, y a fin de cuentas, los retretes cumplen una función importante), tampoco en una morgue o depósito de cadáveres (solemnes e inquietantes, variables ausentes en el lugar que pisábamos), podría decirse que nos abríamos paso a través de una casa geriátrica; una casa geriátrica de almas para ser más exacta, pues paradójicamente, la atmósfera rancia, apolillada, absolutamente trasnochada que se respiraba, provenía de una caterva de jóvenes; jóvenes desconocidos y al mismo tiempo familiares: semblantes vistos mil y un veces en los patéticos eventos artísticos que mi ciudad viene soportando desde hace casi veinte años. Muchachos con la inconfundible facha de quien ignora _ o se esfuerza en ignorar _ el adocenamiento inherente a su necesidad por ser diferente y transgresor; en suma, contemporáneos con no pocas várices en el cerebro.

Algunos no eran tan jóvenes. En un orden prístino, estos habrían llegado a la madurez envueltos en una lucidez merecedora del adoctrinamiento. Pero no. Los treintones o cuarentones de la velada arrastraban todas las taras de años y años de un precario movimiento cultural caracterizado por la pretenciosidad.

Ahora, estos cholos viejos (como diría mi otro agüelo) procuraban transmitir su menesterosa propuesta a las nuevas camadas de artistoides que se gestan en las facultades de letras de esta, nuestra urbe.

Dando guarida al trillado ritual de endogamia, El Nazca _ contradictorio nombre para esa estancia _ anunciaba la misa negra, performance poética del ahora llamado demonio (antes el volador sin cielo, también el chiflado, suma voz de los aedos de Forever Spring City), performance que tuve oportunidad de presenciar en la última feria del libro desarrollada en estas tierras.

Performance horrible como masacrar a la madre el segundo domingo de mayo y monumentalmente estúpida como cualquier declaración del presidente de la república, si me lo preguntan.

Las dimensiones de ratonera del Nazca Bar (carajoder, leído así suena a cantina de peli de Jodorowsky), daban la impresión de un atiborramiento de público, más no nos confundamos, como ya se dijo, se trataban de los mismos amigos y amigos de los amigos de siempre, los cuales tugurizaban el local, factor que seguramente sería considerado éxito de audiencia en posteriores comentarios. G., el chico que durante unos instantes acompañó nuestro silencio, se apartó de nosotros, otorgándonos, involuntariamente, mayor comodidad para las impresiones.

Durante un momento, intenté imaginar el aspecto inicial de aquel viejo domicilio, el movimiento que debió suscitar en anteriores años y las emociones, los recuerdos, que sus legítimos ocupantes establecieron ahí. Imaginé un clan de emigrantes, cuyo lugar de procedencia poco importaba, diseminando los hábitos heredados de octogenarios parientes en las salas y habitaciones de esta casa, cocinando potajes de fragancias oceánicas y cimentando de esa manera, entre los vecinos, el malicioso rumor del empleo de perros y mininos en la cocción de esas delicias. Imaginé un romance, un enamoramiento incestuoso entre los hermanos más jóvenes; Virginia y Francisco creí leer sobre una desgastada pared, hermosos y trágicos, jamás dispuestos a confesar su mutua atracción, posteriormente erradicada merced al suicidio del mozo.

Imaginé chismes en la calle, en la ciudad toda. “En esa casa ronda el espectro de un muchacho que deseó a su hermana”, “en esa casa el padre hace extrañas ceremonias con un libro de pasta ocre”, “quizá trata de llamar a su hijo…”, imaginé…imaginé …

Imaginé a Virginia, ahora un ánima de tiempos ya idos, tratando de ubicar a su amado entre las insulsas miradas de los invasores de su hogar.

“Observa a Jaime” susurró entonces Paulo “ex soldado, entrenado para estar siempre alerta, se diría que está estudiando el territorio, a la espera de dar el salto de ataque…”

“¿Te molesta que les haya traído?” pregunté conteniendo una risa “quería que vieran contra quienes nos enfrentamos.”

“Puta, no digas eso ni de broma” contestó Paulo indignado “No se tú, pero yo me enfrento a mis iguales. ¿Crees que estos son adversarios? A lo mucho son cucarachitas que han tomado una casa vieja cayéndose a pedazos…”

En eso Jaime se acercó. Siempre con los brazos cruzados y expresión de severa tranquilidad.

“Huele a pichi.” sentenció “este hueco huele a pichi”.

***************

La zafiedad se dio cuenta que una hora de espera era demasiado mucho más que excesivamente suficiente. Costumbre muy arraigada entre estos gremios, por cierto: la impuntualidad se ha convertido en una marca de fábrica, sabrá Dios si por un imbécil intento de verse iconoclastas o poco convencionales, por pura y dura improvisación delatora de carencia de medios _ y de talento sobre todo _ o por ambas cosas juntas. Como sea, el asunto finalmente tomó lugar; desde el cuarto en donde el recital habría de darse, el demonio inició una serie de impagables _ y ridículas _ imitaciones pavarottianas. Fragmentos de un conocido canto lírico eran destrozados sin piedad, al tiempo que dando muestras de una aterradora falta de espíritu escénico, iba ensayando, frente a todos, algunas partes de la performance con que insultaría mi inteligencia y la de los que me acompañaban.

Tuve también oportunidad de ver a Rosado, el adiposo autor de unos Relatos Para Quemarse , que, como inconscientemente indica el título del bodrio, merecen ser incinerados al término de un juicio de Núremberg literario en donde dicho ser, el demonio y su gente comparezcan. Nueva promesa del arte citadino _ siempre dentro de los restringidísimos márgenes de compañerismo risible que identifican a los movimientos culturales en Spring City, of course _ , el gordito se dio tiempo para mandar callar a uno de los organizadores de la función, quien pedía silencio ante la proximidad del recital (el cual empezó mucho después de tal solicitud) y agenciarse gratuitamente, ante los sorprendidos ojos del vendedor, un ejemplar de su libro de cuentos. Esto se dio en la mesita donde los nazqueros expenden las cagad…digo, digo, los libritos y poemitas que les permitirán conseguir el dinero para las velas y el agua, elementos indispensables en cuanta fecha señalen, según sus propias palabras.

Mierdición, he visto mayor autoridad y autoestima en un pirañita, júrolo.

La ratonera se llenó. Sin ventanas y una puerta digna, los concurrentes atiborraron el espacio sin orden alguno. Esta escriba y sus compinches quedáronse afuera, no obstante oportunamente ubicados entre un puñado de espectadores.

Al término de unos soporíferos vídeos, el demonio apareció, dando cátedra en el difícil arte de la vergüenza ajena.

“¿Se supone que ese es el demonio?” preguntó Jaime decepcionado.

No. Desde luego que ese no era el demonio. No podía ser el demonio alguien que se asemejaba más a la caricatura de un espantapájaros o a un payaso de provincia no mencionada en el mapa. Jesús, si ofreciera mostrar al diablo a un grupo de satanistas y terminara presentándoles a este pobre hombre pintarrajeado y cubierto con trapos dizque rurales, segura estoy que sería sodomizada con garrotes revestidos de púas para luego ser arrojada a un foso de pit bulls en celo.

No. Ese no era el demonio. El demonio se presentaría como un joven de belleza incomparable, ricamente ataviado y poseedor de un lenguaje sobrecogedor. Me prometería placeres apoteósicos y me llevaría a su mansión, una morada de opulencia obscena. Sería embriagada con exquisitos vinos, hechos con sangre de niños, para que al cabo de unas horas, inmersa en la lujuria, sienta un delicioso cosquilleo en el vientre que me haga levantar la cabeza de aquella suave almohada a fin de contemplar, sonriendo, a ese adonis devorar mis entrañas con el concurso de tres viejas nauseabundas.

La misa negra tuvo la intensidad de un conteo de hormigas. Lógicamente, los allegados al poeta felicitaron tamaño acto con epítetos dignos de un recital de Chocano. Saturados de tanta indigencia, decidimos retirarnos. Al salir, el frío viento de la noche oxigenó nuestros cuerpos de manera efusiva, devolviéndonos la vivacidad secuestrada durante el tiempo en el Nazca.

Unos minutos después, frente a notables porciones de comida china, Paulo jugaba a ser un perfecto comensal cantonés. Improvisó unos palillos con un par de lapiceros, haciendo denodados esfuerzos por retener el arroz o la carne en sus portaminas azules. Finalmente logró asir una ración de fideos.

“Cucarachitas que han tomado una casa vieja cayéndose a pedazos…” manifesté mirando la ingenua ilustración de dragón que decoraba una de las paredes del restaurante.

“Creo que ni eso ya…” expresó Paulo, relegando sus bolígrafos por el tenedor y el cuchillo que yacían sobre la mesa, envueltos en una servilleta roja.


¡Próximamente!!

Poesía de mierd…, digo, digo, de miércoles! (lenda manera de obviar el término adreim)

¡Atentos pues!








martes, 23 de marzo de 2010

¡¡¡Bienvenidos!!!

¡Estás de Suerte!
¡Quedas invitado a la inauguración de un nuevo blog!
¡LAS CRÓNICAS DEL NAZCA: UNA MIRADA DESDE LA OTRA VEREDA!
¡Te esperamos! (Trae canchita, Frunas de guanábana o Halls de tuna.)